Joan Barril
De nuevo el boicot. El PP ha decidido llamar a ciudadanos, anunciantes, clientes para hundir una empresa privada, en este caso un grupo de comunicación como es Prisa. No es la primera vez que el PP, ya sea en el Gobierno o en la oposición, se mete con una empresa privada de comunicación. Otros más próximos también lo hicieron, pero tuvieron la delicadeza hipócrita de aconsejar el boicot en voz baja. Ahora, por el contrario, se aconseja a la gente con poder a que usen su poder para desarbolar al enemigo. Ellos, los abanderados de la libre empresa, los heraldos del capitalismo, los que denunciaron el Estatut por intervencionista, ahora se conjuran para que su gente le niegue el pan y la sal a un grupo de comunicación. O sea, que los miembros del PP se excitarán en la intimidad de su casa --o de hotel ajeno-- con la transgresión política de las porno de Canal Plus. Se trata del boicot, esa herramienta que ya sirvió para bajar los humos autonómicos.Para los practicantes a esa curiosa ofensiva política hay que recordarles la etimología de la palabra boicot. Fue en 1880, en la Irlanda todavía dependiente del Gobierno de Londres, cuando el capitán Charles Boycott impuso a los agricultores de las tierras que feudalmente administraba unas rentas todavía más altas de las que pagaban. Ni se hizo la cosecha y los pocos productos que llegaron al mercado no fueron comercializados. Boycott dejó Irlanda y la palabra inundó el mundo para definir una protesta legítima. Al fin y al cabo el boicot forma parte de la libertad, no nos engañemos. Cada ciudadano puede renunciar a consumir o a atender aquello que, en su fuero interno, considera que es nocivo para sus intereses personales o colectivos. La libertad de elegir implica también la libertad de rechazar. Pero: ¿no se está traspasando una línea excesiva cuando desde un partido político que aspira a gobernar se promueven tantos boicots? Una cosa es que a un ciudadano no le guste un libro y otra muy distinta es llamar a la ciudadanía a la quema del libro que al poder vigente o aspirante le molesta. Esa imagen tiene un nombre.
Ustedes saben perfectamente cuál es ese nombre. Y eso es lo que, sin llamas pero con odio, se nos está proponiendo. No seremos ni más ni menos felices con un diario o una emisora de radio en la calle. Pero sí seremos más infelices si algún día llega al Gobierno un grupo de gente que en su día hicieron del boicot una herramienta de destrucción del enemigo.En esa escalada sin precedentes del PP hacia la crispación solo faltaba que traspasaran la identidad de las ideas para llegar al combate contra las cosas. Un diario, una bebida, un producto deben ser combatidos por el simple hecho de ser adversos, de ser catalanes o de ser cómplices, es decir, creyentes en la libertad de mercado. Dice Rajoy que toma esa decisión para defenderse. Está probando ahora la medicina que cada mañana nos dirige a los catalanes, incluso al propio Piqué, ese altavoz correveydile del rencor llamado COPE. A mí no me gusta que me insulten cada mañana, pero me cuidaré mucho de aconsejar a nadie que deje de conectarla.
Aunque solo sea porque escuchando a Federico nos mantenemos despiertos y los accidentes de circulación disminuyen.Con ese nuevo impulso al boicot a la libertad del mercado será difícil que Rajoy pueda presentarse ante el electorado como el gobernante de todos. Si me apuran, ni siquiera de la mitad. Aznar está de mal humor y su acólito Rajoy gruñe. ¿Dejaremos el Gobierno a un irascible? Veremos.
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